sábado, 26 de diciembre de 2015

El verdadero espíritu de la Navidad

La Navidad es una de las fechas más especiales del año. Me aventuraría a decir que incluso la más bonita de todas. Pero también con el paso del tiempo cada uno la vive de forma diferente, además de cómo la sociedad la ha ido transformando.

Papá Noel y los Reyes Magos son sinónimo de ilusión para los niños. Es hablar de ellos y a muchos le brillan los ojos o les hace comportarse mejor pensando en la carta que les escribieron y entregaron en mano. Cuando llega el día señalado, las caras de asombro y felicidad al abrir los regalos no tienen precio. Quizás la ILUSIÓN es una de las palabras claves de esta festividad.

Durante estas semanas además es momento de reencuentros. La familia se junta al completo (o casi), mientras en las mesas falta espacio para los platos con la numerosa y excesiva comida con la que nos atiborramos la panza hasta más no poder. Como dice el refrán: "Una vez al año no hace daño". Pero también es curioso que precisamente a muchos de estos familiares solo se les vea en estos días tan señalados u otros vayan casi obligados a la cita. Pese a la FAMILIARIDAD del momento, de fondo queda un ambiente de falsa cordialidad.

Como indicaba al comienzo, la sociedad ha ido transformando el espíritu de la Navidad. Y es que, aunque realmente sea una fiesta religiosa, el consumismo ha ido ganando terreno: los centros comerciales se inundan de gente comprando caprichos o el último modelo de algún aparato tecnológico, los restaurantes aprovechan para hacer su negocio dejando atrás las concentraciones caseras, quien tiene más recursos aprovecha para viajar fuera,... Incluso en la calle parece que el ambiente navideño se ha ido esfumando con menor iluminación o decoración de las calles, o la televisión presenta una programación menos acorde y especial y más similar a la rutinaria.

Y como es comprensible, al margen de la involución anteriormente señalada, conforme uno se hace más adulto va dejando de creer en la magia. La fantasía se difumina. Pero esta reaparece si la alegría de los niños rondan por tu entorno.

Para mí a la Navidad le atribuiría las dos palabras marcadas en mayúsculas: ilusión y familiaridad. Y es que aunque no se viva con la misma efusividad de la infancia, es un privilegio poder estar rodeado de las personas con las que realmente sabes que hay amor de por medio. Y esa es la mayor ilusión de todas.

Mi familia no es muy numerosa y, para más inri, por estas fechas se han vivido muchos sucesos negativos en forma de decepciones, hospitalizaciones o fallecimientos. No es grato rememorar dichos percances que a pesar de todo ya han quedado grabados en mi vida. Por ello hay que tratar de vivir lo mejor posible del presente, aunque este sea sin ningún lujo y con las personas con las que convivimos diariamente. El día de mañana cuando ya no estén será cuando se valorará más si cabe.

Por edad, no recordaré las reuniones multitudinarias que antes celebrábamos en casa de mis abuelos paternos. Yo era además el más pequeño de mis primos y amenizaba la velada y sacaba más de una sonrisa con los villancicos que cantaba y aunque apenas vocalizara. Como digo, ya hace muchos años de ello, lo conozco por lo que me contaron mis padres. 

Pero ahí, en la misma casa y su entorno, aunque fuera por escaso tiempo y casualmente, se vivió un bonito momento. En la penúltima Navidad vivida por mi abuelo, las visitas no paraban de llegar y nos llegamos a juntar un buen número de familiares a los que uno se alegra de ver; y entre ellos, algunos de sus bisnietos o tataranietos que venían ilusionados de recoger los regalos que les habían traído durante la noche. Momentos así son los que describen lo bonita que es y lo que debería ser el verdadero espíritu de la Navidad.

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